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© Misioneras Seculares Scalabrinianas - 2022
Migrantes, ayer y hoy
Migrantes con
los migrantes
Antes de estar para los migrantes, estamos llamadas a estar con ellos: migrantes con los migrantes. Nuestra vocación nos lleva a valorar la experiencia de sacrificio, riesgo y pobreza ligada a la historia de la migración, que despierta la nostalgia de relaciones nuevas, más abiertas y solidarias, y a acoger los profundos lazos que unen a los hombres más allá de todas las fronteras.
La espiritualidad del éxodo nos abre, en cada relación, ambiente y situación, espacios impensados para el amor hacia todos y hacia cada persona, valorada en su unicidad.

Una lupa
Las migraciones son una realidad compleja, que no puede ser afrontada con un enfoque sectorial. De hecho, son como una gran lupa a través de la cual se pone de relieve el mundo con todos sus problemas dramáticos, sus injusticias, las dificultades de la convivencia humana, pero - como escribe el Papa Francisco - “también la aspiración de la humanidad a vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad que permitan la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de cada ser humano”.


Las migraciones de hoy son un fenómeno multiforme, que involucra a muchos grupos diferentes de personas: profesionales altamente calificados, estudiantes internacionales, personas en busca de mejores condiciones de vida y de trabajo, refugiados que huyen de guerras y persecuciones, desplazados por motivos ambientales. Hay quienes emigran de manera regular y quienes se ven obligados a la clandestinidad. Obviamente, los destinos de las personas son muy diferentes.
La humanidad parece dividida en dos categorías: las nuevas élites supranacionales de viajeros (por ejemplo: directivos, especialistas, artistas, deportistas, científicos), que pueden viajar más allá de las fronteras y establecerse en los países más diversos, que pueden llegar a todos los lugares sin prestar atención a fronteras y límites, y la gran mayoría de las personas que, si se mueven, lo hacen para sobrevivir, arriesgando la vida para cruzar las fronteras, o permanecen ancladas a un territorio, tal vez dentro de lugares delimitados como los campos de refugiados.
La libertad de movimiento, de hecho, que hoy vale para los bienes financieros, los productos y los servicios, no está sin embargo universalmente reconocida a las personas. En todo el mundo, la inseguridad y los conflictos ligados a la globalización generan en las poblaciones locales el miedo hacia los migrantes y llevan a los gobiernos a promulgar leyes migratorias restrictivas o selectivas.
Como consecuencia, se asiste al fenómeno de las migraciones irregulares, que se ha vuelto ya estructural en todas las áreas del mundo. De ello sacan provecho sobre todo las organizaciones internacionales de tráfico humano, mientras que quienes pagan las consecuencias del cruce ilegal de fronteras son los migrantes y los refugiados, a veces con su propia vida.
Aún más inhumana es la llamada trata de personas, que afecta a cientos de miles de hombres, mujeres y niños cada año, obligados a la prostitución o a trabajos serviles en condiciones de verdadera y propia esclavitud.

La movilidad humana hoy concierne a todos:
migrantes y autóctonos y representa un componente importante
de la creciente interdependencia entre las naciones.
Los movimientos migratorios ponen en evidencia que todos "viajamos en un mismo barco",
es decir, vivimos en un solo mundo.
Nuestro destino está cada vez más ligado al destino de todos.
Las intuiciones de G.B. Scalabrini siguen siendo, por tanto, más actuales que nunca
y motivan a la Familia Scalabriniana a comprometerse
por la convivencia constructiva entre las diversidades dentro de la sociedad,
por una auténtica comunión en la Iglesia
y por la promoción de la justicia y la paz en el mundo.
La emigración está hecha de muchas cifras, estadísticas que se suceden, pero sobre todo está hecha de rostros, de historias, de esperas… y de muchos “¿por qué?”, que remiten a los dramas actuales de la humanidad. En la era de la globalización, la economía tiende cada vez más a sobrepasar las fronteras de un solo país: las fuerzas económicas, libres de cualquier restricción impuesta por las políticas de los estados nacionales, actúan de forma autónoma.
El actual orden económico global no deja entrever una mayor justicia, democracia, redistribución de los bienes. A la difusión en todo el mundo de una única cultura uniformadora, que pone en el centro el beneficio y la ley del mercado, corresponde el surgimiento de nuevas ideologías totalitarias, que se alimentan de los fundamentalismos religiosos y del repliegue fanático sobre las propias raíces étnicas.




El actual y creciente impulso a emigrar tiene como causas el aumento de la disparidad social y económica entre el Norte y el Sur del mundo, la falta de perspectivas en el ámbito de la formación y el trabajo para muchos jóvenes, las catástrofes naturales y ecológicas, el desequilibrio demográfico entre los diferentes continentes, las guerras, la persecución política, étnica y religiosa, el terrorismo y la violación de los derechos humanos.
No menos fuertes que los factores de expulsión son los de atracción que despiertan en muchos el deseo de partir: la difusión a través de los medios de comunicación del modelo de la sociedad del bienestar occidental, la búsqueda de seguridad y libertad, el llamado de los compatriotas ya emigrados, el reclutamiento por parte de las organizaciones de tráfico humano.
Al mismo tiempo, la competencia internacional para la contratación de técnicos y profesionales de alto nivel da origen a migraciones calificadas que empobrecen a los países de origen del personal necesario para el progreso económico y social.
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