Quiénes somos?

Una comunidad
en exódo

Somos una comunida misionera: Misioneras Seculares Scalabrinianas, un Instituto Secular en la Iglesia. En nuestra diversidad de orígenes y culturas nos unen la vocación de seguir a Jesús por los caminos del éxodo de nuestro tiempo y una historia que comenzó en Solothurn, Suiza, en 1961, en un contexto migratorio y scalabriniano.

Vivimos en pequeñas comunidades y en los Centros Internacionales "J.B. Scalabrini", donde con jóvenes y amigos de diferentes nacionalidades, culturas y religiones, deseamos hacer espacio a aquella comunión en la diversidad que soñamos para el mundo entero.

Un don para compartir

Al principio de nuestra historia, no había sólo una respuesta a una necesidad social, sino también –y sobre todo– el asombro por una experiencia de amor grande y totalizante; un asombro que no ha disminuido, al contrario, está más vivo que nunca.

Por eso, en nuestra vida misionera se destaca sobre todo la gratitud por el don de Dios que nos llama a vivir la consagración siguiendo a Jesús en el mundo de los migrantes. En la acogida de Jesús crucificado-resucitado, reconocido en cada hombre migrante y en todo lo que es “extranjero”, imprevisto, hostil, podemos experimentar la siempre sorprendente novedad de su amor: "Yo era un extranjero, y me acogieron. Lo que le hicieron al más pequeño, a mí me lo hicieron " (cf. Mt 25,35.40).

El inicio de una historia


Nuestra comunidad inició en Solothurn en 1961 con Adelia Firetti, una joven profesora de Piacenza (Italia), que llegó a Suiza por invitaciónde los Misioneros Scalabrinianos para dar clases a los hijos de los emigrantes, pero también movida por una profunda búsqueda de fe. Sin embargo, debido a las dificultades que surgieron con las instituciones, la escuela no se abrió.

Frente a un futuro que se cerraba a sus expectativas, Adelia intuía que la elección más profunda que tenía que hacer era enraizarse en una relación vertical de fe con Dios, en quien esperar aquel futuro por el cual quería gastar su vida. En aquella experiencia podía descubrir la presencia, llena de amor, de Jesucristo crucificado y resucitado que la llamaba a seguirlo en una entrega incondicional de su vida.


" Era el 25 de julio. Una mezcla de sentimientos, entre el miedo y la confianza, me atravesaban. Dios, que me había llevado hasta allí, me hacía percibir, en mi propia experiencia, su fidelidad y su amor de misericordia a través de su Hijo crucificado y resucitado. En aquel momento de oración le dije mi sí, entregándole totalmente mi vida. Mi sí, este voto secreto, se convirtió en mi punto de referencia y mi esperanza: pase lo que pase -podía sucederme todo-, estaba entregada a Dios y por siempre. Me había puesto en sus manos y el confiarme a Él era mi fuerza y mi alegría".

Adelia Firetti

El corazón de nuestra vida


Este sí al amor de Dios, que se conjuga con la experiencia liberadora de una alegría profunda que nada ni nadie nos puede quitar; esta entrega a Dios, siempre nueva, de nuestra pequeñez y desproporción, es hasta ahora el corazón de nuestra vida, de nuestras diferentes presencias. De hecho, la contemplación y la oración son para nosotras "la parte más viva, más fuerte y más potente" de nuestra vida y misión. Ellas encienden la alegría y el deseo de cooperar con Dios en su proyecto de comunión entre las personas y entre los pueblos.
Los votos se vuelven el espacio que indica la vida filial de Jesús, que es "la sal y el fermento" que desde adentro puede transformar el mundo; el único que realmente puede responder a la sed más profunda de toda persona, la sed de relaciones auténticas, de una vida plena